cine, Opinión

El héroe cabreao

No me toques los winflos...

No me toques los winflos...

El terrorista, de nombre y procedencia impronunciables, suelta una carcajada malévola y la chica, de nombre y procedencia mucho más cómodos y familiares agacha la cabeza, temerosilla. Un hilo de sangre escapa de la comisura de sus labios. El villano muestra en su risa ese toque de locura inhumana, esa mirada de serpiente mitológica que lo convierte en cosa y  que hará que al final, cuando salte por los aires en mil pedazos (o en dos mil, depende del presupuesto), nos inunde una sensación de cálido alivio, como al triunfar en el váter (más información sobre esto en «La Publicidad…«).

Cachis la mar, ya ha vuelto a perder el Betis...

Y llega el momento. El clímax, la ensalada de tortas. El Héroe entra en la estancia con gesto duro. Está cansado, sudoroso, y sobre todo muy cabreao.

No sé si es cosa mía, pero tengo la sensación de que con el tiempo, al héroe de toda la vida se le están hinchando las narices. Avanza por las escenas repartiendo toñas sin perder esa genuina expresión de «me han subido la hipoteca» que ha ido evolucionando (o involucionando) a lo largo de los años. Actualmente, en la mayoría de películas y series de televisión de acción o aventuras (tanto las yanquis como las imitaciones que hacemos aquí en casa, en el tendedero para ser precisos), los protagonistas heroicos viven en un perpetuo estado de ceño fruncido y aliento de recién salido del catre. No se ríen, no hacen bromas. No leen libros ni ven la tele. No compran suavizante, no friegan los platos, ni siquiera hacen pis. No comen cocido, no beben tinto de verano. No se parecen a tu padre ni a tu madre, ni al frutero, ni al tipo del camión de la basura, ni a ningún otro familiar, vecino o amigo que puedas conocer (salvo que sea imaginario). La vida (la propia y la ajena) se la trae sin cuidado. No temen a la muerte, y si esquivan los puñetazos y las balas es por puro reflejo… y porque están de mala leche.

No, el héroe clásico actual apenas sabe mover las cejas. Tiene una dura mirada de suficiencia y a menudo tiene que mover todo el cuerpo para mirar hacia un lado. Nada le sorprende. Nunca sabes si está nervioso o tranquilo, si le preocupa algo o simplemente sigue hacia adelante y ya está. Lo único que sabes es que está siempre, sin excepción o excusa, eternamente cabreao. Vive por y para su ego y no tiene amigos, si acaso algún compañero con el que evita tratar temas personales. Quien consigue intimar con este cara-cartón piensa que tiene un lado sensible porque una vez, durante un tiroteo, se dejó a un niño sin disparar (aunque yo creo que se le encasquilló el arma y lo pararon justo cuando le quitaba el seguro a una granada).

Hasta las narices del perro del quinto.

Hasta las narices del perro del quinto.

Esta es, malamente, la definición de lo que se estila en las últimas pasarelas de héroes clásicos de acción. Tampoco es que sea original. Es sin duda un descendiente directo de aquellos que llenaron las pantallas en las películas de vaqueros durante décadas, con la jeta esculpida en piedra y la misma capacidad de expresión que un calabacín con bisoñé.

¿Se puede salvar a alguien con esta cara de pringao?

¿Se puede ganar una guerra con esta cara de pringao?

Pero no siempre ha sido así. Allá por los años ochenta nació un tipo distinto de héroe. Un personaje mítico que, de forma novedosa, aportaba a su retrato robot algunas características de lo que llamamos habitualmente «persona humana«. Movía las cejas, mostraba sorpresa cada cierto tiempo y hasta a veces metía la pata. El actor que mejor supo encarnar a este entrañable tipo duro en Hollywood fue, en mi modesta opinión, Harrison Ford, en dos de los papeles que le lanzaron a la fama: Han Solo e Indiana Jones. Eran duros y engreídos, inseguros, encantadores, se asustaban con cierta facilidad y a menudo mostraban la mala costumbre de no saberlo todo, de necesitar ayuda. Te hacían vibrar y reír con la misma facilidad, conectando profundamente con un espectador que tenía la vaga sensación de que el protagonista de la historia, por fantástica que fuera, podría ser él mismo.

Pero esto, en los tiempo que corren, ya no resulta interesante. Con el héroe actual es poco probable que uno se sienta identificado, a no ser que tengas tendencias psicopáticas o seas legionario (con todos mis respetos, los laureados marines son unas maricas comparados con éstos). El americano medio (y por ende cualquiera de nosotros) necesita por lo visto un héroe que le haga sentir seguro y protegido en su sofá. Un personaje cuyas hormonas trasciendan la pantalla y llenen la sala con un cálido tufillo a macho, haciendo pensar que sólo él (o los de su extraña especie) y sus sudorosos pectorales están titulados para enfrentarse con éxito a los peligros que amenazan el planeta. Y no cualquier otro, qué tontería. ¿Es que alguien se imagina lo que pasaría si Woody Allen se enfrentara a muerte con el terrorismo islámico? No creo que haya una respuesta fácil, pero ya te digo que yo iría a ver esa peli.

El verdadero misil inteligente

El verdadero misil inteligente

Conclusión: el ser humano es suficientemente complejo para que podamos encontrar un héroe que no sea otra fotocopia del más rancio John McLaine (desde la primera y entretenida «Die Hard» hasta la última entrega de este culebrón, el personaje ha sido lobotomizado repetidas veces).

Propuesta: ¿alguna película de acción/aventuras actual a cuyo protagonista no le aprieten los calzoncillos?

Se admiten sugerencias. Saludos a todos (a los tres).

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2 comentarios en “El héroe cabreao

  1. crazycris dijo:

    sigo intenanto encontrar héroes modernos no cabreados… pero la verdad es que tienes razón, son una especie en vías de extinción!!!

    El Capitán Malcolm Reynolds de Serenity se acerca… pero solo superficialmente porque en el fondo está muy cabreado con la situación socio-política de su universo.

    El único verdadero candidato que veo sería Peter Parker / Spiderman… que sigue siendo un innocente (y eso porque las películas no han ido tan lejos en la vida del personaje como los comics, que creo que tb acaba cabreado allí).

    si se me ocurre alguno más: I’ll be back! 😉

  2. Pingback: Wall·e: la venganza de los clásicos « El Guionista Despistao

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